¡¡ Se sienten, coño !!

¡¡ Se sienten, coño !!
No es por presumir de juventud, pero el día del intento de golpe de estado me encontraba todavía en edad escolar, en el colegio Marianistas de Zaragoza. Yo tenía 16 años.
Ni qué decir tiene que en aquella época, el colegio albergaba entre sus alumnos lo más florido de la burguesía zaragozana, y, a la par, algunos «indeseables» como yo, que no entendíamos muy bien cómo estábamos allí sabiendo que nuestros padres eran trabajadores puros y duros, y cómo podíamos compartir pupitre con apellidos muy ilustres, cuentas corrientes abultadas y la crema y nata del momento.
Con el paso del tiempo entendimos los esfuerzos económicos que tuvieron que hacer nuestros padres para que nos educaran los marianistas, y qué mal les pagamos cuando a muchos, yo incluído, nos expulsaron del colegio básicamente por «rojos», anarquistas» y no sé qué otros apelativos más.
Curiosamente, a mí por un artículo escrito en una publicación que hacíamos circular por el colegio en el que, digamos, criticaba con dureza al entonces jefe de estudios Joaquín Cerezo.
Bien, pues en ese caldo estábamos cuando el 23F, volviendo en el autobús escolar, oímos por la radio el ¡¡ se sienten, coño !! y en nuestra imaginación guerrillera se desató un futuro en las montañas: Había que huir, armarse y luchar contra el fascio golpista.
Tras pasar la noche en vela en casa, con mis padres, dejándoles caer de vez en cuando que «si hay que luchar, lucharemos», al día siguiente, no fuimos al colegio. Nos organizamos en casa de uno de los «rojos» que, al sacar buenas notas, no tenía mala fama entre los profesores, por lo que dedujimos que si iban a buscarnos, su casa sería la última en mirar, y podríamos escapar a tiempo.
Lo cierto es que no había miedo en nuestros planes de guerrilla. No temíamos echarnos al monte. Lo que más nos preocupaba era volver al colegio, donde ya había habido más de un «enfrentamiento armado» entre «rojos» y fachas», a piedras, golpes y escupitajos. Y eso sin el intento de golpe, así que ahora, envalentonados que estaban, temíamos que la pelea iba a ser más seria.
Volvimos a casa con la situación ya más calmada -el intento de golpe acababa con los picoletos escapando por las ventanas del Congreso- y al día siguiente, acudimos a clase todos juntos, esperando la andanada.
Apenas recuerdo bien lo que ocurrió en nuestra vuelta al colegio, pero seguro que no fue nada, porque de haber sido algo, me acordaría.
Sé que las aguas volvieron a su cauce, deshice la mochila que ya tenía preparada, escondida en un armario, y todo volvió a la normalidad, es decir, a pequeñas escaramuzas verbales con los «fachas» y, al cabo del tiempo, la expulsión por lenguaraz.
Lo más curioso de todo es que la mayor parte de los «fachas» con los que nos enfrentábamos son a día de hoy, buenos amigos. Fachas, pero buenos amigos, que incluso compartimos grupo de mensajería con el delicioso nombre de «La B» en alusión a la clase en la que compartimos adolescencia.
Para la gente de mi edad, el 23F fue, en vivo, una anécdota, un día de no ir al colegio para planear la guerrilla, apenas 24 horas de operaciones armadas en nuestra mente adolescente.
Sé que para otros periodistas más veteranos y más beligerantes en la época, el 23F fue un susto, quizás el mayor que se han llevado en su carrera profesional. Pero nosotros éramos críos, con ideas de críos, y con sueños de críos.
Cada 23F volvemos a recordar el de verdad, y no aprendemos nada. No sabemos en realidad qué paso (hay cientos de documentos todavía «clasificados»), aunque haya a la par miles de reportajes, libros, series y demás, que nos intentan contar la verdad de ese día, con desigual fortuna.
La pena es que 40 años después, todavía haya gente que piense que un golpe de estado es lo que necesita este país. Y que haya millones de lerdos que les votan.
Por si alguno de los votantes del nuevo golpismo lo lee:

lerdo

DESPECTIVO
[persona] Que comprende con dificultad y lentitud lo que se le explica o enseña y no demuestra inteligencia.

El teniente coronel Antonio Tejero, pistola en mano, en la tribuna del hemiciclo del Congreso de los Diputados. MANUEL P. BARRIOPEDRO (EFE)

Adolfo Suárez increpa a los guardias civiles que zarandean al teniente general Manuel Gutiérrez Mellado. MANUEL P. BARRIOPEDRO (EFE)

Los congresistas observan con inquietud al teniente coronel Antonio Tejero, en el centro de la imagen. MANUEL HERNÁNDEZ DE LEÓN (EFE)

Vehículos y tropas de la Policía Militar se dirigen al Congreso de los Diputados. Foto: EL PAIS